martes, 7 de noviembre de 2017

Las FARC, el nuevo partido y la verdad


Rodrigo Londoño, presidente del partido de las FARC.

Ricardo Garcia
La dejación de las armas y la participación en la política electoral suponen retos para la antigua guerrilla, que además de cambiar su discurso y sus formas de acción, tendría que afianzar su compromiso con la verdad y la reparación de las víctimas.

Ricardo García Duarte*

La guerrilla como partido

Tal vez fue García Márquez quien hace algunos años dijo que la guerrilla era una oposición armada. Con esta afirmación destacaba la razón política de los movimientos armados, su condición de proyecto de gobierno y su naturaleza de partido.
Seguramente las FARC podrían encajar en la definición anterior. Sin embargo esta guerrilla añadía otras “razones” para explicar su existencia. Por un lado, desde un principio buscó una afirmación ideológica en cuanto que organización comunista. Por otro lado adoptó siempre una identidad social, anclada en las reivindicaciones campesinas. Y en todo caso – o a pesar de su carácter político- este grupo nunca dejó de ser principalmente un aparato de violencia.
La ideología y la pasión social condujeron a la guerrilla a la ilusión revolucionaria, a las estrategias condicionadas por la ambición “histórica” de poder y a un sentido de largo plazo que la atrapaba sin salida. Por su parte, el ejercicio de la violencia redundó en una tendencia totalitaria y a la justificación del crimen – ahogando de paso la dimensión política de la organización-.

La política y la negociación

No obstante lo anterior, durante los últimos cinco años la negociación con el Gobierno abrió para las FARC las posibilidades de la política, que había permanecido asfixiada por las características de la guerra de guerrillas. Esta reactivación de la política significa la búsqueda de concesiones y no siempre de la revolución, de la representación y no de la fuerza militar, de la seducción y no del miedo y el terror.
Con el Acuerdo de Paz se inició la metamorfosis del aparato armado en un partido político, lo cual implica pasar del enfrentamiento bélico a la política, en cuanto orden que existe precisamente para evitar las guerras internas.
Los últimos cinco años la negociación con el Gobierno abrió para las FARC las posibilidades de la política.
Este gesto de un tránsito del ejercicio de la violencia a un disenso político en el marco de la legalidad tiene entre sus antecedentes la última conferencia de las FARC, celebrada en los Llanos del Yarí, donde los militantes aprobaron el Acuerdo de Paz y, naturalmente, la idea de la acción legal, donde la palabra sustituye a las armas, según la frase acuñada por Timochenko.
La concentración de los guerrilleros en las zonas veredales y el posterior abandono de las armas vigilado por Naciones Unidas confirmaron el fin de la guerrilla. En un segundo momento, la creación del partido, con vistas a la posesión de una identidad colectiva y a la vez para conquistar el poder, fue el libreto previsto que cumplieron a continuación los excombatientes y que coronaron en el Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada.

Las regresiones ideológicas

Entre la conferencia guerrillera y el congreso fundacional del partido de las FARC se despertaron los demonios ideológicos que avasallan la acción política.
En sus “tesis preparatorias”, suerte de “manifiesto” con pretensiones históricas, los teóricos del nuevo proyecto hablaron de la crisis final del capitalismo o de algo parecido, esto es, de la “crisis civilizatoria”, enarbolaron el “marxismo-leninismo” como su bandera y, para completar, trazaron como horizonte la implantación de un sistema que se pareciera a una mezcla esotérica entre socialismo y comunismo.
Todo ello fue dicho sin pestañear, sin fruncir el ceño, en una regresión sin escalas hasta 1848, lo que significaba un asalto a mano armada contra la historia, una “retoma” del castillo de las ilusiones perdidas, un programa doctrinario que sin duda condenaría a la vieja guerrilla campesina a convertirse en una secta de los setenta transpuesta al siglo XXI.
Con todo, en el posterior Informe Central, dirigido al Congreso de Fundación, desaparecieron por encanto esas añagazas ideológicas. Y partir de este Congreso la línea ideológica del nuevo partido e inclinó afortunadamente por el horizonte de las reformas sociales en un país de enormes desigualdades, algo en verdad razonable, que le proporcionaría al partido de las FARC una perspectiva extendida más allá del Acuerdo de Paz, cuya defensa e implementación constituirían por supuesto el norte para la coyuntura electoral del 2018.
Bandera del partido político de las FARC.
Bandera del partido político de las FARC.
Foto:  Conexión Capital

Las tendencias internas

Pero a renglón seguido las vacilaciones entre la ideología y la política se vieron  reemplazadas por una fisura interna, algo insólito en las FARC. Esta fractura se produjo  entre un sector radical, encabezado a todas luces por Iván Márquez, paradójicamente el jefe negociador, que recalca el carácter revolucionario del partido, y una tendencia moderada que representada Timochenko, la cual pone el acento sobre la defensa de la paz y las reformas sociales que se requieren para consolidarla.
La reconciliación, permitirá una especie de sanación colectiva y laica, que puede restituir eficazmente la posibilidad de ser partido político sin el tormento de las deudas sociales no canceladas.
Esta división entre radicales y moderados, entre revolucionarios y pragmáticos, al final fue conjurada por un gesto de unidad: darle la dirección general del partido a Timochenko, antiguo jefe del Secretariado, a pesar de que en el congreso obtuvo apenas la quinta votación entre los cuadros directivos, ahora elegidos por los delegados de la organización en medio de la legalidad.
A Timochenko y a la nueva dirección, fracturada entre izquierdistas y moderados, les corresponde encarar un primer reto, quizás el más urgente, cuyo manejo no depende solo de las FARC, sino del Gobierno y de su eficacia en los programas de reincorporación de los milicianos a la sociedad civil.
Se trata de la posible deserción de mandos medios o de altos dirigentes para engrosar las filas de las disidencias, un caso que de repetirse erosionaría sin remedio el Acuerdo y de paso debilitaría al Gobierno y al nuevo partido.
Así mismo la nueva dirección tendrá la tarea inmediata de confeccionar la lista de los candidatos con los que la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (el nuevo significado de FARC) logre llenar los cupos a los que tiene derecho -cinco senadores y cinco representantes-, con el fin de conformar una bancada, a la vez diversa y de calidad, para ejercer una representación capaz de articular el trabajo legislativo con las propuestas de gobierno.

La verdad que legitima

Por último, la prueba de fuego para este nuevo proyecto político no puede ser sino el sometimiento de los excombatientes a los tribunales de la Justicia Especial de Paz.
Los procesos judiciales que pasen por este tamiz tendrán como núcleo la verdad, admitida y reconocida por los sindicados, que servirá para la obtención de beneficios pero también para el resarcimiento de las víctimas. Esta verdad constituye ante todo un ejercicio de la conciencia, una experiencia de carácter moral, que, al pasar por el aro de una justicia más o menos simbólica, se legitima como un acto político de reconciliación.
Es en el ámbito de la reconciliación, a partir de una verdad que da lugar al ritual de la expiación, el arrepentimiento y el perdón, donde puede gestarse y consolidarse la reinserción a la vida civil de los antiguos combatientes. Esta legitimación es primero moral y luego política; un evento que permitirá una especie de sanación colectiva y laica, que puede restituir eficazmente la posibilidad de ser partido político sin el tormento de las deudas sociales no canceladas.
* Cofundador de Razón Pública

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